(Ver anterior: Cap. I)
"La desgracia del cartero Francisco Farbos rompió el viejo axioma
policial que solía recordar el legendario periodista Emilio Petcoff: una
persona no puede estar en dos lugares al mismo tiempo.
Pero, el 22 de abril de 1894, Farbos quedó reducido a piezas de un rompecabezas macabro.
Su torso, su cabeza y sus brazos y piernas aparecieron en tres calles porteñas.
Un escultor logró reconstruir la cara de la víctima, que se exhibió en
un museo, como si fuera una obra de arte, y los detectives descubrieron
al descuartizador: el tenebroso Raúl Tremblié, contrabandista de
Monedas.
Fue uno de los primeros casos policiales que conmovió Argentina.
Los folletinistas contaron la historia por entregas y los músicos
anónimos compisieron canciones sobre el drama del que se hablaba en
conventillo y mansiones.
Hubo un tiempo en que los canillitas voceaban los crímenes del día y los diarios se vendían como pan caliente.
Los cronistas policiales se disfrazaban para entrar en la morgue y espiaban los resultados de una autopsia.
Los poetas del diario Crítica iban a la escena del crímen, para narrar
el drama con bellas palabras y los asesinatos se reconstruían con
actores o quedaban reducidos a las viñetas de una caricatura.
Los comisarios usaban sombrero y los ladrones imitaban a los gángsters de Chicago.
Los asesinos escribían largas cartas a la prensa y querían ver sus fechorías publicadas en primera plana.
Eran otros tiempos.
En esa época, a principios de siglol XX, las pruebas de ADN ni siquiera
estaban en la imaginación literaria de H. G. Wells y los detectives se
parecíasn muy poco a Sherlock Holmes, capaz de reconocer la fragancia de
75 perfumes diferentes.
Sólo un hecho, único e irremediable, del que no se puede dar marcha atrás, mantenía la esencia: el acto de matar."
(Fuente: Revista MUY Interesante | Año 04 | Número 08 | Septiembre 2012)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario